LA PALABRA
Cuando suponía que tenía hambre, mi padre
me daba de comer. Aunque no siempre. Aún así lo esperaba ansioso, se acercaba
hasta el borde de la pared, miraba hacia donde su intuición le indicaba
encontrarme, y luego de su fracaso, se iba. Pero antes, hacía el simulacro de
alimentarme. Mi padre tenía esas cosas, y otras curiosidades. El día de lluvia,
o de las prolijas lloviznas, envuelto en un pedazo de lona, llegaba, con su
gorra marrón empapada, y juntando los labios y haciendo un chirrido parecido al
de algunos de esos animales pequeños, me llamaba. Yo no salía, por temor,
aunque sabía que al otro sol o al otro, sería castigado. Él tenía esas cosas,
extrañas. Lo extraño surgió de una conversación acercada por el viento. De esa noche
conozco la palabra sin comprender del todo su significado. Un día mi padre no
apareció. Fue reemplazado, y no fue lo mismo, aún extraño esos días de lluvia.
Aún extraño la melaza del viento.
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City Bell, 20-09-2015
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