La instrumentista
“En el alba de callados venenos
amanecemos serpientes.”
Octavio Paz
A veces me siento depositario de una sensibilidad que me
aterra como en este momento que comienzo a escuchar una flauta, pequeña
seguramente por la fragilidad del sonido; un fagot exiguo tal vez no aclare
nada, si las cuerdas, en caso de ser un clavecín de estas características, no
estuvieran pulsadas por un virtuoso instrumentista; y me deleito con la música,
en una exquisita borrachera imagino a una concertista de apacibles y deliciosas
manos abrazando un diminuto violín que bien podría ser una mandolina; la mujer
es de exótica y armónica belleza, la degusto fascinado, pero ella parece
desconocer mi destino; mientras continúa extrayendo notas de ese violonchelo
cuasi humano, la mujer de mi ensueño se renueva difuminada en la lluvia; al
concluir con el último de los acordes abandona el clavicordio sobre la desnuda
habitación y levantándose con una sonrisa de gozo desmedido se dirige a mi
encuentro. Ahora una serpiente se enrosca a mi columna vertebral, y siento mi cuerpo
transfigurado en forma y peso; la instrumentista hurga entre mis cuerdas como
en un mágico theremin y comienza a sonar el más triste de los blues.
1989
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