Luego de la tormenta, desentierra algunos de sus muertos. Osamentas descarnadas, guardadas celosamente en días anteriores a la anticipada lluvia. Y apretando entre sus patas delanteras a uno de esos cadáveres lo comienza a lamer. Una y otra vez. Lame una y otra vez, como en una ceremonia. Hasta liberar el último presagio. Para que brille, sin moscas, nuevamente al sol, enrojecida de nada.
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Foto: jmp_
©
José María Pallaoro_
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