24/8/09
Postal ´78 (1)
Papá está contento, le cuenta a Mamá que ahora sí vamos a salir adelante. Lo escucho desde mi pieza, que está con la puerta entornada esperando a Andrea que fue al baño a pintarse los ojos y los labios.
Están los dos en la cocina. Mamá, callada como siempre. Papá entusiasmado por el nuevo rumbo que va a tomar el país, definitivamente. Seguro está poniendo yerba al mate, esa yerba tan fuerte, que siempre dejo pasar las primeras vueltas. Hacía mucho que no lo escuchaba así, desde fines del verano del golpe. Después entró en un mutismo absoluto. Era muy poco lo que contaba de su trabajo, salvo cuando venían sus amigos. Ahí se lo veía aguerrido, y levantando la voz, afirmando que el camino tomado era el correcto, cueste lo que cueste.
Escucho brotar el ruido del inodoro, y enseguida el agua de la canilla del vanitory mojando, imagino, las manos de Andrea. Siento cerrar la canilla y hasta la toalla secar apaciblemente sus manos. Lo primero que hago cuando entra al cuarto es tomárselas, y sentirlas aún húmedas, y llevarlas a mi rostro. Luego las bajo, lentamente, por mis hombros, hasta mi pecho, y la miro a los ojos con pasión. La siento emocionada, pero con temor; estar ahí en mi cuarto, con mis padres en la cocina. La beso, suave, muy suave, sus labios rojos en mi boca, su piel. Nos abrazamos, siento temblar su cuerpo junto al mío, beso sus mejillas, su nariz, sus ojos; mi mano acaricia su pecho, pequeño, duro. Vamos perdiendo el temor, ya no atiendo más la voz de mi padre. Sólo somos Andrea y yo, sólo ella y yo. Hasta que el grito descolocado de mamá nos paraliza, en el momento justo en que Andrea logra desprender mi sostén.
Foto: Jmp
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