“Setenta y 4” de José María Pallaoro
Por Lalo Painceira
"Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, cantó el vasco Gabriel Celaya en tiempos del franquismo. José María Pallaoro, en sus poemas de “Setenta y 4” (editado por “El suri porfiado”), demuestra que para él la poesía no es un lujo ni él es neutral. Toma partido hasta mancharse, en un recorrido que comienza en 1974, pasa por la tragedia de la Triple A y la última dictadura militar y finaliza en estos tiempos que transitamos, en donde aquella esperanza colectiva, la del 73, la de la primavera camporista, renace y nos permite avistar el mismo horizonte, aquél en donde no cabían la exclusión, el hambre, el desempleo, el sometimiento a los intereses de los poderosos internacionales y nacionales, un horizonte “pensado desde el pobre y construido a favor de Dios”, al decir de Carlitos Cajade.
Y Pallaoro nos guía por ese camino desde las mismas dedicatorias que separan los capítulos de este poemario profundamente comprometido, de acuerdo a la premisa sartreana. El libro está dedicado a Julián Axat, integrante de HIJOS, poeta, editor de libros de poetas desaparecidos, abogado y defensor de menores excluidos y perseguidos por esa rémora que sobrevive aún en estos tiempos, en bolsones que los protegen dentro de la estructura de la bonaerense, de un sector de la misma Justicia, de políticos de derecha y de determinados medios periodísticos. La dedicatoria es de por sí toda una definición, pero no es la única porque obran como mojones introductorios. La siguiente dedicatoria es a Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A el 31 de julio de 1974, y a Horacio y Rolando Cháves, Luis Macor y Carlos Pierini, asesinados por la Triple A en La Plata el 7 de agosto de 1974.
Esa es la puerta para ingresar a los poemas hallados en “un rollo de cinta de papel encontrado en casa de calle 9 y de algunas hojas sueltas en una caja de zapatos”. Así nos topamos con las “Noticias”: “La tapa de los diarios/ generalmente miente/ La mujer mira/ los baldosones sucios/ con las manos/ en los bolsillos/ piensa/ en el compañero/ caído/ que está/ a su lado/ dentro del féretro/ abrazado a una bandera/ de la tendencia…”. Así, como narrando un filme documental a lo Vertov, inicia este paseo por la memoria colectiva de los argentinos. Con punch pero sin golpes bajos ni melancólicos. Lenguaje seco, estricto, casi del mejor periodismo. Esta actitud participativa pero a su vez objetiva desde el compromiso, le permite interrogarnos: “Ellos son de este mundo/ Nosotros somos de este mundo/ Y este mundo/ ¿de quién es?”.
Es precisamente esta palabra que obra como línea en un dibujo que busca atrapar la realidad desde la síntesis, desde lo esencial, la que le permite incluso, después de describir una tortura, contar que “Después se desvaneció/ Cuando despertó/ seguía/ en el mismo/ sueño” o describir como una cámara: “Gritó que lo iban a matar/ Y lo subieron a un auto/ El paseo dura/ hasta el día de hoy”.
Pallaoro con su historia de director de revistas de poesía, administrador de blogs literarios, editor de los Libros de la Talita Dorada, autor de más de una decena de libros de poesía, amante y estudioso del rock nacional, consustanciado totalmente con el paisaje de su City Bell, marginal al City Bell social, pero todavía verde, verde y extenso, en el que se puede ver el horizonte, un lugar sin autos ni comercios de moda, pero lleno de poesía, la propia, la que brota de su taller literario y la que aporta su vecino, Julián Axat. Allí, en su reducto, al decir del poeta Alberto Szpunberg en el prólogo de “Setenta y 4”, “Pallaoro entona su libro y, como la calle más vacía, la poesía se puebla, y nunca mejor dicho”. Es entonces que despide ese tramo de su recorrido por la memoria colectiva con un poema llamado, para escándalo, según Szpunberg, de esos “poetas faranduleros, que catan pero no cantan, se ofenden…”: “Nacional y popular”. Y el poema se ilumina: “Sin rebeldía sin queja/ ni crítica social/ La máquina de escribir/ se manchó de viento/ Los sueños deben/ ser ejecutados sin piedad/ Una revolución/ de mente y corazón abiertos/ triunfará/ ¿el amor y los sueños?”.
El último tramo del libro está dedicado a la memoria de Néstor Kirchner que se permite comenzar desde el dolor. “City Bell 1973: Las ventanas nunca se cerraban. No existían rejas ni mosquiteros, y los gatos entraban y salían a su antojo. Las ventanas eran las puertas de animales que no asesinaban”, y recordar de inmediato su “Pronóstico: Jueves/ 16 de setiembre de 1976/ Para hoy/ en el país y alrededores/ leve descenso/ de la temperatura/ En La Plata/ ascenso/ de la mortalidad/ estudiantil”. Sin embargo, los vientos le hacen cambiar el rumbo, pero antes reconoce que “la salida del infierno/ deja llagas por siempre”.
El libro finaliza con dos poemas que representan la opción del país que queremos. Por eso sus dedicatorias. El primero, a Maurizio Macri y se llama Metrópolis. “Un moderno/ sistema de castas/ Pegarles/ a esos cabecitas/en la cara/ como estrategia/ principal/ y que caigan/ al piso/ y patearlos/ hasta que no quede/ más que una/ masa amorfa/ Una bolita/ Un no nacido”. Poema que no necesita comentario aclaratorio. El que cierra el libro fue escrito el 27 de octubre de 2010 y se llama Néstor: “Sos/ la piedra/ con la que/ construiremos/ el diamante/ más hermoso”.
Todos los poemas son implícitos y directos, sin efectos ni grandilocuencias. Secos, duros, como fue el tiempo que los gestó. Sin embargo, son bellos. La temática incluye también como excepción, el alma de la vida juvenil de los años 70, aquella que latía y vibraba con el naciente movimiento de rock nacional como fondo, sumándose los encuentros en los parques los días de la primavera, de una primavera que es notoria hoy en los brotes de una patria nueva, impensable en 2003 o en los ’90, primavera que conjuga los verbos a partir de la primera persona del plural, nosotros, primavera que restaura el amor como verbo plural, que es decir como amor eficaz, según predicaba uno de los mártires y profetas de aquellos años luminosos.
En revista La Pulseada de noviembre, número 95 de 2011.
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