En el último día, unas horas antes de la partida, la mujer de zapatos rojos se los saca y los arroja a la pileta de aguas verdes y ramas y sapos gordos que flotan como náufragos. Vivió años en esa casa, tantos que ni recuerda la mañana en que la moralidad en el arte y otras ruborizaciones de temor similar parecía ser de otros, y ella, como una divinidad de un cielo imperfecto, caminaba descalza por el parque, sola, ante la mirada de los más curiosos, ante el corazón de los que no se animaron a desnudarse en la vida.
2 comentarios:
qué bueno Pallaoro, qué sugerentes imágenes. me gustó
Gracias, Carmen!
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