19/12/12

Una medida adecuada a todo



Una medida adecuada a todo” (2009-2011), octubre 2012. 

     El muro

     Todos los días y todas las noches
abro los ojos
con la esperanza de ver
el dorado rostro amanecido. 

Pero el muro sigue allí.

El muro sigue allí.


     Alumbre

     El lado oscuro del espejo: un fósforo
a punto de encenderse.


     Picados por la curiosidad

     ¿La sensibilidad del otro
nos parte en dos,
nos hace uno?

Y entonces ocurre
lo excepcional,
lo no previsible.

Tus dedos
acariciando los míos.


     Me desgajo de vos

     y crezco
con una claridad
insospechada.


     Una madrugada hasta el amanecer

     Caí una madrugada 
a un departamento 
deshabitado cerca del Almafuerte.
Nadie me deseaba, nadie 
me esperaba en la oscuridad.
El sol imposible, lejos, 

como siempre, en algún rincón 
del primer piso.
Me froté los pies
durante algunas horas

intentando no pensar.
Y así, hasta el amanecer, 
en que el gallo cantó, 
y me fui

de donde nunca estuve.


     El camino más fácil

     Ella sopla las opacas nubes 
de su corazón
                              y se resfría.


     Por el motivo que sea

     Clara
es tan clara
que no
necesita soles
para embellecer
los días.

Eso sí:
cuando cierra
sus ojos
todo hace agua
y lo que vale
la pena
se ahoga.


     El pasajero

     Ser otro
sin pasado.

Un hombre nuevo
clandestino por Barco,
Almería o Los Hornos.

En otro país,
en otra ciudad,
en otro lugar,

en otra cama,
en otro infierno.


     Poesía pura

     Después de la ducha 
el vate cuelga 
de la percha 
la bata 
húmeda, blanca, 

y seco va, 
aún desnudo, 
hacia el escritorio 

a trabajar 
libre 
de impurezas.


     La utopía se nombra

     El joven escuchó
a Antonio Gamoneda
recomendar
a tres poetas
que bajo el poncho
se las traen
o trajeron.

Diego Jesús Jiménez
(Madrid, 1942-2009),
Manuel Álvarez Ortega
(Córdoba, 1923)
y Enrique Falcón
(Valencia, 1968).

“Por la santísima trinidad
si tengo la más puta idea
de quiénes son”,

dice en tono de preocupación sincera.


     Un poema zen

     Nada estalla de las manos
del solitario que escribe su poema
sin pájaros del deseo.


     La muda

     “Estoy bien
pasa que no tengo
palabras”,

dijo la muda
y se puso a cantar,

a cantar.


     No puedo cantar

     Bueno, volveré a casa, hace ya demasiado
tiempo que no escucho el gemir del álamo,
volveré, estuve ciego, volveré, estuve sordo;
volveré a casa, ese es mi deseo, volveré
a usar mis manos en el jardín, limpiaré
los rincones; hola John, hola George, sonará
otra vez la música de días mejores, hola
Raymond, hola Joaquín, hola Edgar, hola fantasmas
de mi corazón, volveré, volveré a ustedes. Ey,
adiós amigos, he estado demasiado tiempo
buscando lo que no existía, yendo hacia
lugares donde no me esperaban, bueno,
estaré pronto, allí estaré, allí, bailaremos
los dos en el río amarillo, como ayer
bailaremos y nos pondremos rojos
de dicha, con vos, la dicha de estar con vos,
allí, en mi lugar, y papeles y papeles y viento,
volveré lugar, volveré hogar, estuve tan mal
afuera, quiero, sí, quiero un poco más de luz,
volveré, amor, volveré, estuve perdido demasiado tiempo.


     Apenas puedo ofrecerte

     No me pidas
que compre
algún regalo.

Vivo imposibilitado
de entrar
a lugares extraños
que solo logran producir
acidez estomacal
y dolor de cabeza.

Apenas puedo
ofrecerte
este cúmulo
de vagas palabras
salidas del cascarón 
a lo largo de este año,

en este sitio,
en otros espacios.

En el corazón de mi hogar.

*

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