29/4/08

MARIO PORRO: Nubes, poema inédito

Nubes

a José María Pallaoro


Has dicho
nubes

Qué hay
entre tus palabras
y el cielo

Nubes que te viajan
adentro
por el mundo
Lugares

Nubes
que vuelven
y vuelven
Formas interiores
que no se repiten

Emocionan

Ilusiones
encadenadas
Movimientos
imperceptibles

Nubes
Rosadas
Azules
Grises
Oscuras

Alegran
asustan
Acercan tristeza
¡Oh estado natural
que eres!

Nubes
Te llevarán
por el tiempo
hasta que el universo
nube
tu amor
¿Y Dios?

Mario escribió este poema después de una conversación que mantuvimos acerca de las nubes. "Has dicho / nubes" dijo que dije, como si las palabras hicieran realmente las nubes.

”Qué hay / entre tus palabras / y el cielo”
Qué secreto hay entre el cielo y la palabra. Comunicación profunda. Aunque todavía no está resuelto qué hay entre mi palabra y el cielo. Las nubes van a dar vueltas en mi mundo interior hasta que Dios las saque de allí y las haga de amor. Mario decía que este texto no iba más allá de los viejos poemas de “En busca del tiempo por el tiempo”.
“Nubes que te viajan / adentro / por el mundo / Lugares”
Las nubes ponen la realidad que Mario quiso expresar al decir “nubes”. Son las nubes que viajan por el interior como vapor o gas iluminado.
”Nubes / que vuelven / y vuelven / Formas interiores / que no se repiten”
La idea de la afirmación se afirma en la línea que no es repetitiva. Las nubes jamás se repiten.
”Emocionan”
Mario me decía que las nubes me emocionaban porque inauguraban en mí movimientos, emociones encadenadas, imperceptibles, o es como en Mozart –decía- donde la repetición emociona. En general acostumbramos a la repetición para emocionarnos.
"Ilusiones / encadenadas / Movimientos / imperceptibles”
Las nubes son una representación analógica. Según Mario mi estado natural percibe la analogía de la formación de las nubes en la analogía de que me embarga una cierta tristeza.
"Nubes / Rosadas / Azules / Grises / Oscuras”
La enumeración es porque quiere ver las nubes según como les de el sol. En cierto modo tienen que ver con la emoción y la creatividad. Según como estén iluminadas “te alegran o te entristecen” decía Mario.
”Alegran / asustan / Acercan tristeza / ¡Oh estado natural / que eres!”
Entre ese estado de la nube hay un leve estado de tristeza o melancolía dado por el movimiento lento de las nubes. “¡Oh estado natural / que eres!” Es mi definición de vos, de tu propio ser –decía Mario. Sí - dije -, mi estado natural propende a la tristeza. Los movimientos lentos son raros que lleven a la alegría.
”Nubes / Te llevarán / por el tiempo / hasta que el universo / nube / tu amor / ¿Y Dios?”

Esa es la alegría, la analogía. Que el universo “nube” mi amor tiene que ver con Dios que es el que posibilita el amor. Que le dé a mi amor forma de nube para que siga girando por el mundo en el tiempo.
Gracias, querido maestro.

25/4/08

MARIO PORRO: Dedicatorias

Hay muchos puentes
imaginarios
que nos juntan
para ver fluir
la vida
en el mundo

Pero pocos
que nos dejan
saber
como fluye
un poema
en nuestra sangre

Mario 2001 (en Tropos)



a José María
que me ha permitido caminar
por mi vida interior como debajo
de las luces y sombras del amor

Mario
2000 – menos!

(en Sucesión del ser)







(en la vigilia y la roca)



a José María
Después del cristal (*)
que a veces nos separa
y otra nos hace uno

Mario

(en Búsqueda por el amor)

(*) se refiere al telón de las ideas



A Mario Porro (uno de mis poetas más admirados y un verdadero “maestro”) no le gustaba dedicar libros. Por eso le estoy infinitamente agradecido por las que me regaló. La dedicatoria de Tropos posiblemente sea su último poema. Como no pude descifrar qué había escrito le pedí que me la leyera. Mario tampoco pudo entender su letra manuscrita. La terminamos "descifrando" juntos (para recordarla la anotó en su libreta y yo en la mía). A Mario dediqué mi libro Son dos los que danzan y el poema "Mario Porro".

15/4/08

NÉSTOR MUX: Conversaciones con Pallaoro

Conversaciones con Pallaoro

Conversamos.
Como si todo el viento en contra del mundo
no hubiera podido terminar con el aliento
desvencijado que quedaba.

No se sabe si el caos personal se ordena.
Si la pena se ordena.
No hay certeza si se alcanza
la convicción de una nueva claridad.

No se acierta del todo si tiene
mayor significación discurrir
sobre la herramienta que pule a la poesía,
sobre la gracia que salpica un dibujo de Elena
o sobre las comunes maneras
con que se construye el jardín de nuestras casas.

Pero conversamos.
Como si se tratara de empezar de nuevo.
Como si se entreabriera una puerta inesperada
al extranjero agradecido.

En Néstor Mux: "Papeles a consideración", Libros de la talita dorada, 2004.



Foto: Néstor Mux y JMP en "La Palanca", 10 de junio de 2007. Presentación de el espiniyo 5/6

VIRGINIA FUENTE: La experiencia compartida

La experiencia compartida


Por Virginia Fuente *


En la poesía de Pallaoro se da el encuentro entre lo espiritual y lo prosaico: el hombre está presente en su existencia física y espiritual, su ser persona que experimenta el transcurrir de la vida y sus vicisitudes.
El yo lírico presente en los poemas siente y dice la experiencia de sus sensaciones. Observa el mundo y lo transita reconociendo la profundidad de las cosas:

"en el rojo dragón de la mesada // un frasco // de compartido dulce // alberga // plantines de albahaca /// ella // toca// con sus dedos // las hojas // verdes...".

La experiencia física, el encuentro sencillo y profundo, el momento capturado aparece con fuerza dándole densidad al transitar cotidiano de la vida.
Otras veces también la metáfora y la comparación impregnan sus textos, cobran gran presencia y son ellas las que señalan el camino de la voz que habla en el poema. Voz que en ocasiones aparece acompañada: el poema narra una experiencia compartida, hace evidente la presencia de otro en el sentimiento que lo recorre y lo construye, el poema es una voz que declara su sentimiento de la vida:

"Como si la tarde pasara por la sencilla razón // de que hay silencios que se hacen // los muertos" "nuestras raíces tiemblan // desnudas"

junto a otro que lo comparte, un vos o un nosotros en comunión con el yo lírico, en el encuentro amoroso pasional, amoroso filial, amoroso vital, finalmente.
Son dos los que danzan, título de uno de sus libros da cuenta de esta presencia, este reconocimiento de encuentro y comunión.
Además, a veces también aparece la soledad o el desencuentro que da lugar a ella: el hombre solo ante la otra cara de la vida: ante la muerte o el desamparo que provoca un desencuentro, y se hace visible en la presentación de un momento, de un instante que sintetiza ese mundo que transita el yo lírico, mundo vital del poema:

"la lluvia trajo // junto al cansancio / de la tarde /// la noticia inesperada // / una soledad infinita"(Mario Porro).

* Virginia Fuente nació en La Plata en 1976, aunque vivió en Trelew hasta su adolescencia. Es profesora en Letras. Coordina Talleres literarios y da clases de lengua en escuelas secundarias. Tiene publicado un libro de poemas: Otro lugar (Edulp, 2006).

14/4/08

JORGE ISAÍAS: La garra y el pájaro

La garra y el pájaro

Por Jorge Isaías*

Rosario, otoño del 2006
Son dos los que danzan
José María Pallaoro
Libros de la talita dorada



Tiene razón mi amigo el poeta salteño Santiago Sylvester: "No hace falta un Platón que nos eche de la República, nos hemos ido solos”.
Cuando uno ve la cantidad de basura que se hace pasar por poesía hoy –y lo logra muchas veces– piensa que César Vallejo se murió de hambre y tristeza, uno tiende a pensar lo que sabe desde siempre: no existe el menor vestigio de justicia en este mundo, ni humana ni divina.
Ivonne Bordelois en un imperdible libro que se llama: “El país que nos habla” hace la puesta al día de todo los peligros que acechan no ya a nuestro idioma sino a la mera palabra humana, cito: “No es ya la norma hispánica obsoleta la que nos desfigura, sino la apetencia de parecer globales y actualizados y hablar de sales en vez de saldos o bien adoptar una chabacanería ilimitada que acaba por convertir un depósito de basura verbal en programas de televisión más exitosa, las letras de canciones más repetidas o las páginas más socorridas de las revistas amarillas de todo tipo. Y aquí otra vez Borges y su maravilloso estilo de enunciar el proyecto y la esperanza: Sabemos que el lenguaje es como la luna y tiene su hemisferio de sombras. Demasiado bien sabemos, pero no quisiéramos volverlo tan límpido como ese porvenir que es la mejor pasión de la tierra” (pág., 70)
Por suerte el libro que hoy me ocupa está a salvo de estas prevenciones que consigné –no sin furia– más arriba. A José María Pallaoro (La Plata, 1959) le cabe la contundente exigencia de la gran Idea Villariño: “Un poema es un franco hecho sonoro –sonidos, timbres, estructura, ritmos–. O no es.”
El libro consta de cuatro partes: 1. Interior con pájaros. / 2. La claridad / 3. Aguas de nuestra sed / 4. Nada fuera de lugar.
Además estas cuatro partes están precedidas por citas, y no artilladas de cualquier manera. La primera fuera de las partes, es decir a manera de pórtico, es el fragmento de un poema de Ana Ajmátova, la poeta “acmeista” rusa silenciada por el estalinismo durante sesenta años que aunaba la torpe burocracia y aún la persecución y la muerte (el marido de Ajmátova fue fusilado por el gobierno, acusado de opositor a este régimen que los eufemismos de la Guerra Fría nombraban para definirlo como las “democracias populares”.
Los primeros dos versos dicen, según la traducción al español: “Tal vez es mucho todavía / lo que quiere ser cantado por mí”, y no es casual que abra un libro de las características de Son dos los que danzan, porque todo el resto sigue esa propuesta y ese deseo.
Las cuatro secciones antes enunciadas abren con citas de Horacio Núñez West, Roland Barthes, Mary Shelley y Jorge Drexler.
Todas y cada una de ellas cumplen aquel diálogo intertextual en los poemas que le siguen, pero la primera llámame la atención, copio: “En el jardín, pájaros inocentes / picotean el césped encendido”. Y por si fuera poco esa primera sección se llama justamente “Interior con pájaros”, porque el nombre de esta avecilla funciona como un símbolo resignificado al que se le atribuye y funciona como operador textual de todo el libro, la libertad (lo obvio) pero también como imagen del amor hasta el juego pendular inscripto en el poema “Saberes” (pág.,26) y que es axial para la comprensión de lo que podríamos llamar –perdóneseme por la palabra antigua– el meollo del mensaje:

sé que soy
la garra en la puerta
de la jaula

y soy el pájaro
que se queda
en un rincón

sin querer salir

Por lo pronto es dos cosas: garra (es decir, amenaza, agresividad) y pájaro (libertad, cielo abierto, “espacio rodador”, diría Miguel Hernández).
Las preguntas caen de por sí: ¿Por qué el poema habla al mismo tiempo, sin decidirse, entre quedar entrar y no querer salir? ¿Temor a la “garra” o al espacio? ¿A quién le hablan –si es que deciden hablarnos– esos versos que son como la jaula cerrada? Un lugar que antes de ser abierto no quiere decir abrirse.
El pájaro-símbolo atraviesa fuertemente todo el libro, o casi. También lo es para nombrar a la dicha de la amada “que no lo ve”.
Irina Bogdaschevski certeramente consigna sobre la sensibilidad excesiva con respecto a la vida, al amor, a la muerte. Condición ineludible para no ser un mero escribidor de versos, de los que hoy abundan. Condición de poeta, que Pallaoro cumple con creces como ya lo había demostrado en su libro anterior “Pájaros cubiertos de ceniza”, precursor como vemos del símbolo que hoy nos ocupa.
El autor puede ser asimilado a aquella afirmación de Maiacovsky: “Un poeta es cualquier hombre pero cualquier hombre no es un poeta”. Frase que Raúl González Tuñon gustaba repetir.

Publicado en el espiniyo 04 otoño / invierno 2006
* Jorge Isaías nació en 1946 en Los Quirquinchos (Santa Fe). Desde 1964 reside en Rosario. Publicó 26 libros entre poesía y prosa de los cuales destaca: Oficios de Abdul (dos ediciones); Crónica Gringa (cinco ediciones); Poemas de amor (tres ediciones); y en prosa El país de la infancia; La mano sobre el recuerdo; Como un caballo salido del mar y Futboleras. También seleccionó y editó: Antología de los mejores cuentos del Litoral; Papeles inéditos de José Pedroni y Palabras a mi padre y a su digna herramienta. Sus poemas fueron traducidos parcialmente al francés, inglés e italiano y circulan junto a sus prosas en los manuales de EGB y Polimodal.

12/4/08

INÉS APREA: Acerca de Son dos los que danzan



Son dos los que danzan:
el baile de la invención[1]


“El misterio existe y está entre nosotros. No hay que olvidarlo. El misterio existe y con el misterio, bajo el mismo aspecto, la medida: no la medida del misterio, lo que es humanamente insensato, sino la medida de alguna cosa que en cierto sentido se opone al misterio, siendo al mismo tiempo para nosotros su más alta manifestación: el mundo terrestre considerado como una invención continua del hombre”.

Guisseppe Ungaretti, 1922


Paso I


El poeta no es aquél que escribe poesía; el poeta es todo aquél que cae en la desgracia y el milagro de descubrir lo real, lo dado, como una interpelación, una pregunta que se formula frente a él mismo por medios que son extraños a toda lógica.
Un hombre no es incondicionalmente poeta. La poesía es, por definición, una escisión del hombre, una ruptura esencial de la condición humana. Las mujeres y los hombres que asumen esa ruptura, sobre todo aquellos que la usan para escribir, pueden aceptarla sin más, diciendo sencillamente "soy poeta". Pero también pueden revelarla sistemáticamente, con la infinita connotación. Este es el trabajo de aquél que en la poesía no encuentra alivios o certezas, sino tan sólo insomnios y tinieblas. Ellos empujan el poema, empujan a la voz para que diga su eterna herida, que es la herida de lo indecible, de lo inexplicable del mundo. De esta herida se abren los ríos de la poesía, los ríos caudalosos y desbordantes, o los arroyos menudos, que concluyen en el océano de la comunión humana.
Estos ríos se mueven por aquello que transportan; andan y ocupan sus corrientes por lo que arrastran y dejan, por lo que encuentran y llevan. Pero en su origen, la fuente de esa herida brota para anunciar lo invencible del silencio, lo inagotable de la muerte. Ella es la que impulsa al canto como una constante brazada, una fuerza brutal contra todo silencio y contra toda muerte.
Es por eso que el poeta es, ante todo, el que se enfrenta a una herida, el que descubre la ausencia de todo lo que persigue. Así aprende que la corriente no cesa, que deberá seguir aun sin municiones, desposeído de toda convicción, contra viento y marea.



Paso II


El poema es desbordante: todo lo que dice es cien veces más de lo quiere decir. Esa libertad de la poesía es a la vez su condición: en sus vertientes, ella arrastra y transporta aún lo que no quiere, aún lo que calla y desdeña. Las palabras son como las ondas, que pintan un río profundo y sereno, o un río saltarín y revoltoso. Pero hay olas mínimas, calmas y pacientes, que saben mover aguas inmensas. Así es como un pequeño libro puede abrir páginas innumerables.
Son dos los que danzan desnuda la crudeza del desamparo, celebra la orfandad como un terreno propio de la libertad. La intemperie de esos pájaros que "ahuyentan la desdicha”, es el cielo abierto a sus vuelos, aunque este cielo es también su condición inevitable como seres del aire. Así es como se enfrentan esos dos cuerpos que bailan en la inquietud poética: la verdad de la libertad, frente a la verdad de la finitud, del límite, de la condición. Ambas verdades constituyen lo necesario de toda creación, de todo acto que se concibe como experiencia vital.
La observación, como recurso del poeta, no desplaza la introspección, sino que la pone de manifiesto en la esencia misma del habla: exponiendo la mirada a lo externo, a lo ajeno, la búsqueda interior se incita como una perturbación de la lengua cotidiana, esa lengua común en la cual el objeto siempre está afuera, denotado, lejos de las tinieblas de nuestros deseos profundos. La doble realidad de la creación se afirma en esos pájaros interiores, que mueven la lengua del poeta. Así el poeta trabaja con las alas propias de la poesía, aunque con ellas debe surcar el cielo preciso de un lenguaje compartido.
La libertad de los pájaros proviene de su inocencia. El vuelo con el que los pájaros huyen es el movimiento que los salva de toda desdicha, de todo padecer; es un vuelo inocente porque es inocuo. Esa libertad de lo que circunda al poeta se asocia a la evocación de una ingenuidad que en la palabra misma se revela como imposible. El poeta que persigue a los pájaros sabe que su libertad no es inocente, que su vuelo no es incondicional: incluso la intimidad tiene circunstancias precisas, que son las propias circunstancias que la perturban. Pero el poeta sabe que todo lo que perturba puede ser ritmo, que todo lo que invade puede ser sustancia musical.
Aún en la inocencia hay algo que opera, que se ejerce sobre el mundo; un movimiento que puede captar la poesía, en la medida en que ella no está para enunciar ese movimiento en su lógica sino tan sólo como puro movimiento: en sus ritmos, en sus saltos y sobresaltos, en sus detenciones y prolongaciones.
Pero además, la inocencia en estado puro únicamente existe como ausencia de deseo. En ella no está presente lo que se ama, lo que se ansía y se busca, porque la presencia de todo esto quiebra toda inocuidad. Cuando dice José María "¿habrá ceniza / cuidando / de la flor / que amamos / su raíz?" podemos saber que, en la medida en que somos la proyección de un deseo, estamos hechos también de lo perdido, también de la muerte: la vida encuentra su sentido sólo en la diferencia, sólo en esa interrupción que significa la muerte. La interrupción y la diferencia nos detienen sobre el movimiento de la vida.
Para el poeta, la única certeza -paradojal en esencia-, es el fruto de su empeño sobre todo lo que desconoce, dado que la poesía no busca enunciar con la razón, sino decir con la cruda palabra. Las palabras son "el propio espejo", porque permiten "mirarse en el otro" con los sentidos posibles del lenguaje común. Pero la poesía no mira con inocencia, no busca un cándido reflejo, la poesía sopla la llama ardiente que guarda nuestro silencio, sopla con un viento que es en sí mismo violencia: "incendiaré la noche / con palabras". Violencia sobre el lenguaje, violencia sobre los infinitos candados de la belleza.
Sin embargo, el poeta no es el que afirma la belleza, el que defiende su límpido territorio; sino el que emplea dientes y uñas para agujerear y descocer, para arrancar y rezurcir las vendas que la velan, tejiéndole un abrigo auténtico. Es por eso que no existe la belleza dentro o fuera de la poesía, como una campana de cristal que la misma poesía quisiera entonar con manos de guantes blancos. La belleza es algo que puede pasar entre la poesía. Dice el poeta que la única belleza posible es "un tesoro que no encuentro / y que no sé si existe".
Frente a la oscuridad del miedo y la incertidumbre, la única lucidez está en quebrar el silencio. Pero aún el poema persiste en su pregunta, en su demanda: “¿No hay sol para el desolado?”. El hombre tiene la voz y la palabra porque no está solo, no está aislado de su condición social. ¿Será posible replegarse del mundo como el ermita sin que esto nos lleve a “cantar a tientas?”



Paso III


Los ríos de la poesía surcan el continente humano, de tal forma que es posible nadarlos y al fin, hallar puerto en tierras fértiles, donde brota el anhelo, o en francos desiertos, donde se extiende la desesperación como un gran manto de sequía.
Pero el poeta no persigue esa afinidad, ese destino en el que su palabra germina. Los poemas son semillas en el viento, semillas que esta corriente conduce. Su fruto no será el mismo lejos del árbol originario. El encuentro con el poema, una vez que fue arrojado a los vientos, es la búsqueda de esa tierra donde sus sentidos penetren y nutran nuestra experiencia.
Por eso, además de un modo poético de escribir, también hay un modo poético de leer: la poesía no quiere explicarnos el mundo, la poesía no nos dirá nada nuevo si de ella esperamos que nos informe, que nos remita a un tiempo y a un lugar accesible mediante el entendimiento. El lector debe enfrentarse a aquella misma desgracia y a aquel mismo milagro del poeta; he ahí su mutua complicidad, su intimidad profunda y auténtica.
José María me habló de su devoción por los pájaros, casi una obsesión, digamos, compatible con su lejanía de la urbe ruidosa. Lejos de ser un retiro sacerdotal, esa distancia arraiga su poética: la distancia de su poesía es la que hay entre una cultura de la velocidad, de la verborragia, de la urgencia; y una cultura de la observación, de la mirada que inquiere, que calla elípticamente, que pregunta al vacío sobre la razón de la palabra, que es, para el poeta, la razón del vivir.
Entre las líneas de sus poemas el silencio desborda, ciertamente como el cielo abierto antes del alba. Pero sólo esa desolación permite buscar la claridad en el propio canto, “y en un grito / encontrarnos / con nuestro verdadero rostro”; cantar, para amanecernos.
El desamparo, la desolación, la intemperie del vuelo o la caída, tal vez sean las imágenes de una época precisa de nuestra historia. Una casa se ha perdido, se ha deshabitado, se ha demolido a fuerza de balas y bombardeos. Una casa ardió en la noche de nuestra historia. Pero la incertidumbre nos lleva a palpar lo cierto, a tantear nuestras heridas.
Por naturaleza, hombres y mujeres de carne y hueso producen y padecen los tajos de la historia, pero esos tajos se hunden en la carne y en los huesos de la poesía. Ella arranca todo eso que la historia fija, eso que la historia estaciona en las vidas de las mujeres y los hombres. Arranca los "hechos" y los da vueltas, los marea, los sumerge en imparables torbellinos, sacude “los pájaros de nuestra memoria”, para llevarlos lejos, para que emprendan el vuelo de su destino. Tal vez sea por eso que no existe poesía sin historia, y recíprocamente, quizás una historia sin poesía no sea más que puro estancamiento.
Son dos los que danzan recupera el movimiento, el baile de la poesía, que nace de su canto. Sobre este canto, el amor y la muerte, la pasión y el fracaso, la dicha y el temor, se balancean juntos, tomados por la palabra. Esta danza rescata el pulso que se oculta en lo cotidiano, en esos tiempos y ritmos del vivir, en esos pasos que marcan el gran baile de la vida.
La poesía reinventa sistemáticamente la armonía; y al recrearla, revela movimientos que la historia sepulta al transformar la invención en tradición; y el descubrimiento en evolución. Tradición y evolución marcan la danza de la historia. La poesía incorpora el material de improvisación.
Es por eso que la única promesa, la única esperanza que la poesía tiene para darnos es lo que ella misma recrea incansablemente: no parar de bailar.

[1] Comentario de Son dos los que danzan, de José María Pallaoro. Libros de la talita dorada, City Bell, 2005. Inés Aprea. La Plata, marzo de 2008.



Inés Aprea nació en La Plata en 1985. Cursa la carrera de Historia en la UNLP. Tiene un libro de poemas inédito: Perro Fénix.