10/5/16

La claridad que pedía Edgar Bayley



          “La claridad” que pedía Edgar Bayley, pienso, creo, tal vez, no es la de decirlo todo, la de que el poema se lea en su linealidad y lo abandonemos apenas lleguemos al (punto) final. Todo poema que no nos permita sucesivas lecturas y preguntas y repreguntas, a mí no me satisface. Pero es una cuestión personal. Si no nos importa lo que queremos decir, ni las palabras que utilizamos (si leemos en un texto “padre” no tiene por qué ser el padre biológico), ni eso que llamamos ritmo o fraseo, me parece, nos estamos alejando de lo que llamamos poesía. (“(…) Y cuando al fin pude definir la claridad que yo buscaba / Advertí cuánto sueño y plumón y roja tierra / Y confusión y olvido hacen falta para comprender claramente / Y estar aquí con total lucidez sentado a la vera del camino / Avivando el fuego bajo el cielo y el polvo de las horas (…)”. Los tiempos están cambiando, ya sé, y la verdad es que me cuesta aceptar lo que me piden para adaptarme. 



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8/5/16

La palabra

LA PALABRA




     Cuando suponía que tenía hambre, mi padre me daba de comer. Aunque no siempre. Aún así lo esperaba ansioso, se acercaba hasta el borde de la pared, miraba hacia donde su intuición le indicaba encontrarme, y luego de su fracaso, se iba. Pero antes, hacía el simulacro de alimentarme. Mi padre tenía esas cosas, y otras curiosidades. El día de lluvia, o de las prolijas lloviznas, envuelto en un pedazo de lona, llegaba, con su gorra marrón empapada, y juntando los labios y haciendo un chirrido parecido al de algunos de esos animales pequeños, me llamaba. Yo no salía, por temor, aunque sabía que al otro sol o al otro, sería castigado. Él tenía esas cosas, extrañas. Lo extraño surgió de una conversación acercada por el viento. De esa noche conozco la palabra sin comprender del todo su significado. Un día mi padre no apareció. Fue reemplazado, y no fue lo mismo, aún extraño esos días de lluvia. Aún extraño la melaza del viento. 

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City Bell, 20-09-2015




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