30/11/11

La República de los Niños cumple 60 años

LOS ÚNICOS PRIVILEGIADOS EN EL JARDÍN DE MI CASA


Por José María Pallaoro


     La República. El País. La Ciudad. Según los ajustes políticos y dictatoriales el nombre iba cambiando. Intentaban cambiarlo. Antes de todo, al principio del verbo, fue un campo de golf. Después, una fundación, que llevaba el nombre de una compañera que amo, privilegió a los únicos privilegiados. Se cumplen sesenta años de su inauguración, casi diez más de la edad que tengo ahora. Evita no pudo estar físicamente. La República de los Niños es mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, mi adultez. No voy a escribir sobre los tiempos oscuros, los tuvo, y muchos.
     Con frecuencia, mis padres, junto a mis hermanos menores, nos llevaban a la ciudad de la democracia. Eso era la República: la Democracia, aún en tiempo de dictaduras y abandono, encontrábamos entre sus escombros la “democracia”. Mi viejo nos explicaba. Y nosotros jugábamos, y éramos felices, como en los días de la felicidad. Conozco cada rincón de ese inmenso espacio de libertad, hoy alambrado y más reducido, porque el paso de las estaciones hace más pequeñas la belleza de lo que es. Aprendí en la ciudad acerca de la ética republicana, supe sobre puertos y trenes y teatros y justicia. Caminé. Corrí. Leí infinidad de libros tirado en el pasto. Escuché música. Alejandro del Prado en los campos verdes. Cine, títeres y teatro vocacional. Carnaval y festivales. Eucaliptos y cotorras. Olí y reí. Muchas veces reí. Después de mi operación de corazón caminé y caminé y caminé. Debo, necesito, volver a caminar. En el florecimiento de nuestro despertar, no recuerdo si durante la caída de la última dictadura o en los albores de la democracia, entre el 82 y el 84 del siglo pasado, fuimos con un amigo a festejar el día de la primavera. Nos encontramos junto al arco, sobre el camino General Belgrano. Él llegaba de La Plata. Yo de City Bell. Era un día hermoso, de mucho sol. Tal vez nos motivó un festival de rock, no estoy seguro. Había cientos y cientos de muchachas y muchachos. Caminamos. Por ese entonces estaba muy flaco, tenía pelo y largo, boina, jardinero y morral cruzado y colgando. Chicas de ojos alegres me pidieron autógrafos, y yo les decía que no, que se equivocaban, igual insistían. Creían que era Juan Carlos Baglietto. ¿Me sacaron por la tapa del Expreso, de Tiempos difíciles? La imagen de Juan no estaba tan difundida. Firmé hojas, cartones y remeras, y preguntaban acerca de Mirta y como fue lo de abril, y todos conformes. Me río. ¿Conservarán esa tinta apócrifa, de una mentira que me hace sonrojar y sonreír? Caminamos con mi amigo. La república es para caminar. Charlamos con chicas y muchachos desconocidos. Y escuché nombres, Ricardo Reis y Alberto Caeiro, y nos acercamos a un grupo quizás más acorde a nosotros, jóvenes hippies politizados como salidos del túnel del tiempo diez años después. Nos sentamos de cuclillas en el pasto alrededor del círculo. Hablaban de poesía, de música, de ecología, de política. Algunos deseaban tomar el tren al sur. Apareció una guitarra, estuvo recostada un largo rato entre nosotros. Hasta que mi amigo de rojo pañuelito al cuello, la pidió. No sabía que tocaba, en realidad no tocaba, pero nos sentíamos en libertad. Comenzó con unos acordes desafinados, la guitarra desafinaba, y mi amigo le seguía la corriente. Cantamos “De nada sirve/ escaparse de uno mismo/… No escuches discos de Bob Dylan, o de Los Beatles,/ o de los Rollings Stones o de Mick Jagger./ Mucho silencio, mucho pensar, mucho meditar./ Nada de evasión y pensar:/ ¿Qué es lo que pasa conmigo?/ … Estoy solo/ y todos pasan a mi lado. Nadie me mira/ o si me mira es para encerrarme./ Estoy muy encerrado./ De nada sirve escaparse de uno mismo”. La cantamos entera. Todos. Para nada solos. Y siguieron otras, la guitarra tuvo otras manos, se afinó, aunque no importaba, y cantamos. La república es para cantar. Pescado, Sui, Litto, Cantilo, Spinetta, Abuelo, Pappo, Aquelarre, Color Humano, León. Cantamos en la República de la Libertad. Creo que fue mi último festejo del día de la primavera. Mi amigo se llama Charly. Charly Olmo. Y lo quiero a mi amigo. La República de los Niños es como el jardín de mi casa. Bello y hermoso. Con maderitas secas para encender el fuego de nuestros mejores sueños. En esta nueva primavera.


Para Nerino y Ascensión, mis padres, por los días felices.
City Bell, 26 de noviembre de 2011.

Publicado en el suplemento Ideas del diario Diagonales de La Plata,
domingo 27 de noviembre de 2011
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