20/7/12

Andante ma non troppo tren, 2001



Andante ma non troppo tren
Anotaciones en libreta negra de hule


City Bell / Constitución, enero / febrero 2001



Un poema no debe tener demasiadas correcciones.
Un poema debe nacer como un bebé. En lo posible de cabeza.
Darle luego de amamantar. Y que se haga grande, solito.


Puedo buscar, pedir (por ejemplo): Una casa cerca del río. Árboles sin poda a lo largo de la avenida colmada de pájaros. Puedo, sí, abrazar. Pero nunca conocer el corazón del otro. Por más que quiera, nunca alcanzar lo más estable de su corazón y que perdure.

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Una poética. Una estética. En lo profundo de mí, alimentar, creer o revelar (anunciar) el propio acopio de experiencias. La poesía debe oscilar en el punto justo. En el que vivo, en el que pienso.

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Ser poeta tiempo completo. Tan difícil como sacar la lotería. Toda poética es una lotería full-time.

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A veces hay mucho para decir. También poco para escribir. Entre infinitivos y el mundo, tres vocales hacen falta.

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Hay algo más importante que el pensar. Hacer un juego de eso.

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Hay algo más importante que jugar. Pensar.

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Hay que retornar a las lecturas compartidas. Terminar de una buena vez con el lector solitario. No sé si se podrá llegar a buen puerto. Pero, allá a lo lejos puedes escuchar.

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Hambriento de poemas y poetas (pitón deshabitada). La poesía es un manjar que se degusta con buen vino. Catar, comprender, incorporar. Olvidar. (No para siempre).

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Escribir sólo cuando la cabeza lo pide. Escribir con el corazón en la cabeza. (En lo posible, no engendrar monstruos).

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A esta altura no sé definir qué es. Pero si sé (que no podría) sin ella vivir.

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Todo está dicho. Lo no por decir es lo necesario.

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Anoche soñé belleza. Tan bella era que la guardé. Tan bien guardada como la belleza.

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Ella suspira. Le ofrezco mi pañuelo. Lo devuelve, y lo guardo en el bolsillo izquierdo del chaleco. Más tarde un cosquilleo, un vientito putrefacto me besa en la cara. Y otro aire retorna al bolsillo que mágicamente se cierra.

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La ley de la calle. Viajo a Constitución. Bajo las escaleras. Me detengo en San Juan. Arribo en Independencia. Salgo a la plazoleta. Camino por EE.UU. Cruzo Tacuarí, Chacabuco. Tropiezo en Piedras. Me detengo en Perú. Doblo a la derecha. Ingreso en la noche.

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La muchacha mira el maletín, que no pertenece a un ejecutivo, está en otras manos. La muchacha parece pensar acerca del contenido del maletín. Juega a la caja de Pandora. En algunas, da en el clavo: una libreta de anotaciones, varios lápices, un libro acerca del ritmo en poesía. En otras, da en el dolor. Al cerrarse, la madera cruje.

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El tren atropelló a un muchacho en Gonnet. Los trenes son máquinas hermosas. Algunos días no tendrían que funcionar. Hacerse los distraídos.

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El tren llega a horario. Ausencia de la muchacha de ayer. Una pareja (abrazada) musicaliza la mañana. El muchacho no quiere dejar de bailar. El tren comienza a moverse. El muchacho vacía sus manos. Dos corazones que se abandonan. Uno se queda, otro se va. El tren, lejos. Lejos.

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Dicen de la estrella federal. Debe estar húmeda. No al sol. Pero colmada de luz.

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Preguntas si la muerte es bella. No puedo decir que siempre se termina en belleza. El verme precede la mariposa.

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En Buenos Aires constantemente hay ruido de autos. Nunca dejan de transitar. Será por eso que cuesta tanto pensar. Cómo responder aquello que no podemos oír.

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Leerlo una y otra vez. Dejarlo descansar. Un tiempo. Y volver a él. Para vivir, descubrir, disfrutar la maravilla de la poesía.

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Para la novela dicen que hace falta exposición, conflicto moral, acción progresiva, nudo, periferia, desenlace (por lo menos hasta Proust). Faulkner no explica nada. Una novela exige una buena historia. Después está el oficio de vivirla.

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Yeats pertenecía al círculo espiritual “La orden del atardecer dorado”.

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El cansancio no se cuida. Sólo produce más cansancio. A cualquier hora. En lugares desconocidos.

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Nadie hace por vos lo que deseás.
¿Acaso hacés lo que el otro desea?
Nadie hace nada por nadie.
¿Acaso hacer por uno algo no es también hacerlo por el otro?

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Me preocupo por cosas sin importancia. Como arreglar un paraguas al sol. Pájaro que oscurece la tarde.

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El agua enverdecida. Remuevo el piso con el sacahojas. Alimento insectos para saber que estamos vivos.

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No enciendo el fuego al anochecer. Tus ojos son luz. La claridad verdadera.

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Crece el verde. La lluvia ayuda. El sol lo atiende. Hay una máquina preparada para asesinar.

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Amor fugaz
como cómplice
sonrisa
de tren a tren.

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En el afuera las cosas están como debieran. En el adentro, cómo están. Afuera-adentro. Qué importa si no se es.

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Milena informa los horarios del correo. Hay espacio para la tranquilidad.

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La rana en la verde agua sostiene su mundo. Parece divertirse, pegada a las paredes, intentando una salida del lugar que eligió. ¿Acaso buscamos un lugar para ver luego cómo escaparnos de él?

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Pleno de sol miro por la ventanilla del tren la lluvia. El sol, la lluvia. Ambos en mí.

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Las cuerdas de la guitarra se estiran. La voz de esas cuerdas en nuestros cuerpos que bailan, bailan, sin siquiera despegarse de la silla.

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Puedo dar las gracias. Gracias, me digo. Gracias, digo. Digo, en la gracia de vivir.

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Las ramas del sauce caen sobre el pasto húmedo. Algunas se elevan al cielo. Otras se hunden en él.

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Al aire, pata de Catulo (la de escribir). Pienso en un epigrama cuando la pueda apoyar con pie firme.

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Demasiados papeles. El conocimiento derretido en tinta. Con sangre desaparece.

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Desnuda la mujer sus pechos que ahora el agua cubre. Parcialidad de la belleza. El atardecer nos acaricia con su luz de venidera oscuridad.

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El aire a veces falta. En la casa, se abren ventanas y puertas. Los insectos se abstienen de entrar. Acaso comprendan el vacío. La nada que se ahoga.

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Dolor de pecho no significa. Dolor de alma no significa. Vida carente de ambas cosas, insignificantes.

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Es en Buenos Aires donde el aullar de los vehículos no deja respirar ni pensar. Mi mente agradecida.

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Qué puedo escribir de nuevo. A esta altura toda palabra es insuficiente.

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La tarde alcanza a decir que no quiere más. Que por hoy basta. Vencida se deja caer.

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Doy lo mejor de mí. (Sé que no) es verdad. La noche no deja mentir. La noche no me deja.

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La orquesta (con bombos y platillos) no deja amarnos. La orquesta (preparando la partida) de los que se quedan.

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Si tengo que caminar bajo la tarde mis pies dirigen los sueños. Ellos no lo creen. Piensan que contradigo la lógica. Mis pies no caminan. Mi cabeza salta la verja de mi niñez.

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No puedo creer lo que piensan. Lo que dicen. En este atardecer de lluvia y granito se moja la cabeza de estreñimiento.

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Adónde voy cuando me quedo. Dónde me quedo cuando me voy. Dejando miguitas en el sendero de hormigas. No hay retorno sin partida.

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En la librería la vela ilumina los objetos más queridos. Ellos no necesitan de parafina para cicatrizar las heridas del papel.

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En los trenes siempre ocurren cosas. La delicadeza de acomodar los objetos. Para que nadie tropiece antes de la partida.

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Vuelvo con mi valija de siempre. Los sueños de siempre. La desdicha de siempre. Siempre, vuelvo. A diferentes horas. (Para despistar la muerte).

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Deseos de saltar el charco. Ella está del otro lado. Cuando vaya vendrá. No hay encuentro entre un hombre, una mujer. Se desea de a dos.

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Desnudo y de pie. No permite que le vendan los ojos. No hay temor. Y sin embargo, ¿guardará la pared su sangre?

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Pequeña boca. El mayor placer. Su mano acaricia. Y quiero.

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Cuando ella mira, enciende los ojos del amanecer. Luego caen, lentamente, sus párpados, para sentir la emoción, en la oscuridad de su nombre.

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(El poema) Lograr en pocas palabras. La sustancia. La emoción. Un pájaro vuela a otra rama.

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El mate se enfría sobre el escritorio. Un pantano crece en la madera. Nada digo. Sólo percibo fugazmente el cambio.

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Camino solo. La mirada sumergida en las baldosas. Sombras de mis hermanos van conmigo.

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Ella no contesta. Nada dice, (no sé) qué piensa. La sigo a pesar de todo. En ella la noche es camino.

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Tomo mate. Uno tras otro. Los mates verdemar. La estación. Parte para no volver.

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Hace tiempo que no como caramelos. Manera estúpida de iniciar un supuesto poema. Pero sé que lo dulce de mi boca te pertenece.

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Nuestras manos se rozaron. Al cruzar la calle. Mirarnos. Por un momento la unión. La plenitud.

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Por hendiduras de la cortina observo la parcialidad de las cosas. Cebo un mate. Pienso si podré completar una vida apenas con miradas.

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Los perros corren hacia el portón de rejas rojas. No ladran. Mueven sus colas. El amor es dicha. Llega junto al día.

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Ella no está. Pero mi corazón dice todo lo contrario. Ella. Sol. De mi noche.

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Si espero nada llega. Esperar para nada. Nada en la espera como pez en el mar.

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El muchacho es daltónico. Una mirada diferente a las demás. Sin novedad en la pintura del mundo.

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Cuando doy el primer paso no voy hacia atrás. Caminar es volver a los sueños de un principio.

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No hagas caso. A veces salen palabras que no son de mí. Son de otro. Que a veces soy.

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Tan temprana la lluvia. Anuncia la distancia entre vos y yo. Tiene la dimensión de una gota de arroz.

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Sombrilla de sol. El agua se confunde con la hierba. Lluvia sobre la ocre realidad de nosotros dos.

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Suelo escribir. Palabras que nacen. Muertas.

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Tuvieron sueños. En verdad los tuvieron. Ahora raíces, desperdigadas, por tierra, por río. En sus hijos.

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Cosa extraña. Plantas de flor sin florecer. Otoño en haiku de primavera.

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Es lejos el lugar. Mucho hay que caminar. Para acceder a él se necesitan sueños.

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Mi madre cuida niños, niños de su hija cuida mi madre niña en un amanecer de sol.

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Un atardecer en el mar de espinillos. Dedos que penetran en tu húmeda soledad que se hace canción.

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Bebe de mí, pequeña. Bajo la sombra de un árbol que salpica pájaros.

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Cuando ocurra, soledad. Olvido será tu nombre.

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Corte de luz. Hay pérdidas que no se recuperan.

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El loco viaja en tren. Toma cerveza. Grita. Gesticula. El pasaje se desentiende. Abren las ventanas. Miran en el no ver.

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El loco olvida el boleto en uno de los vagones. Corremos buscando la salida. Latas de cerveza estrujadas en el piso. Haciéndonos los desentendidos, silbando un tango del rengo. El guarda se saca la gorra para la reverencia.

*
El día trae viento. Negritud. Mi tristeza está en el día. No en mí.

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Canto con palabras que se leen. La cabeza es un frasco repleto de bolitas.

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La canción es más que eso. Un atardecer en la playa.

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Dice que no quiere historias. Digo que la historia es un pájaro sin ojos rondando alrededor de un nido.

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A espaldas del lago, una barcaza se aleja.

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Confundo el mar con tu pelo. Me hundo en aguas que me reciben por primera vez.

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Un pájaro va de rama en rama. Lo llama el silbido verde de las hojas.

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De madrugada el cielo negro dejó caer un torrente de luz. Para que encontrar podamos.

*
Ella se despide de mí, en un rato la luna cambiará de lugar.

*
Paso días sin afeitarme. Nadie se preocupa por mí. Es decir, no tengo que agradar a nadie.

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Es domingo. Día que compro noticias de ayer. Las trae el jardinero que llega a pesar de la lluvia.

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Decías palabras. En la tibieza de tu boca, el mejor de mis poemas.

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En la tarde fresca de sol, el poeta visitó la casa. Compartimos vino y silencio. Alimentamos el día.

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Cuando dios dejó la tierra (para no volver), olvidó el amor en el “nosotros”.

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Llovizna la mañana. Sombrilla mojada de sol de este día único.

*
En un café de la ciudad el poeta sólo piensa. Piensa. Piensa. El poeta piensa solo ante un café ya frío.

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Otro día más, dice. Un día que no volverá. Como ese día en la memoria. Y de todos la vida.

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La inutilidad de jugar con las palabras. La música, cuando los ojos se encuentran, se desliga de ellas.

*
Llueve sol en mi interior. Afuera ladran como si la vida fuera real.

*
Llamar a mi hermano para analizar los temas del día. La cabeza está donde no corresponde.

*
Decíme cuál es la razón. No entiendo algunas cosas. Prometo no interrumpir. Te escucho.

*
Me olvido de tomar la pastilla. Esto ocurre diariamente. “No tomo pastillas”, decía antes que las tomara. Pero ahora ocurre que me olvido.

*
Dibuja en el aire flechas imposibles de detener. Golpea la música, suave, en el pecho, que se ablanda, ablanda, hasta ser de vuelta, corazón.

*
Un día sin cabeza. O mejor, un día con la cabeza estallada. Un día de día. Sin nada para hacer. O mejor, sin poder hacer nada.

*
En el bar. Ella habla. Nada dice del amor que crece y crece y crece en mí.

*
El mozo grita, corazón dispuesto, futuro dolor marchando.

*
Pájaros de la mañana despiertan al día nuevo. Ah, pájaros en mi cabeza, silban.

*
Ternura, cielo desvanecido. Ella, y la penumbra de la mañana.

*
Falto de muñeca. Dicen que en el atardecer las muelas arden.

*
Caminamos. La oscuridad protege. Manos enlazadas. El sol adentro. Adentro.

*
En esa casa los autos nunca se detienen. Sin embargo, las hormigas trabajan. Los pajaritos hacen nido. Cada tanto un vagabundo escribe en las paredes. Dicen que hubo un tiempo en que los autos estacionaban en sus orillas y todo era desierto.

*
De noche no puedo escribir, sólo de mañana, mucho antes que el sol pegue.

*
Quizás alguna línea, una palabra, diga que existo. Que estoy vivo. Mucho antes que me lave la cara y salga de la casa con otro nombre. A recorrer la noche.

*
En la claridad todo es semejante. Una rata de baldío salta a una casa de fin de siglo. “El paraíso” se lee en la fachada. En la vereda, la mujer que amamanta a su niño, extiende su mano libre. Los carteles, fugacidad de la sonrisa de un hombre feliz.

*
Edificios incendiados en una ciudad que aparenta vida.

*

Que aparenta vida, digo de la ciudad que sus puertas abre durante el día. 





Al igual que la mayor parte de los términos utilizados en música, Andante ma non troppo deriva del italiano 
y significa “andante pero no mucho”.
Foto: Jmp

3 comentarios:

ricardo daniel piña dijo...

hermoso y distinto

ricardo daniel piña dijo...

me gusta la sintaxis
los silencios
las sugerencias
(más que lo dicho)

José María Pallaoro dijo...

Gracias, Ricardo! Los textos forman parte de Andante tren, de enero y febrero del 2001.