Esa, única, tarde (03.06.11)
Del otro lado desciende el sol,
despacio, tibio. En el claroscuro del hogar, camina un aire íntimo a través de
las vacías ventanas. Este. Noroeste. El lenguaje huele a naranjas y moras y
voces que vendrán después. Hay un sentido. La joven, que mueve las manos en el
espesor de una balada interminable de Leonard Cohen, no sabe aún que su fuerza,
su belleza, respiran en sus ojos oscuros. La visita, para que no se congelen
los ríos, acomoda la espalda en el sillón inagotable de pañuelos y carpetas. Bovary
juega con una pelotita roja que una y otra vez derrota el viejo polvo de los
escaparates de lectura (hay una fotografía no revelada). La cita como
respuesta, el pensamiento de una felicidad que falta, intensa espera. Luego, el
atardecer donde la luna parecía apagarse perpetuamente. Que parecía, sí.
Iluminada de luna. Esa, única, tarde.
Para aquella
que es
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