20 poemas y una camisa hawaiana
en diario Diagonales de La Plata, 1.12.10
CARLOS APREA, 20 POEMAS Y UNA
CAMISA HAWAIANA[1]
La
camisa hawaiana (Lch) es un libro generacional que contiene
20 poemas que son uno solo o una serie de piezas de una obra conceptual, como
entendíamos en nuestra adolescencia a los discos de música progresiva. Hay una
búsqueda de la propia vida, donde el aprendizaje se hace aventura del espíritu.
Hay una definición del nosotros, ese nosotros que va más allá de la rutina
cotidiana. Que tiene que ver con las viejas comunas hippies de fines de los
60.
El título del libro nos remite a algo ligero, ligado a vacaciones en lugares
exóticos, a cierto grado de felicidad personal, familiar. Y también nos induce
a ver lo que está oculto. La otra realidad. La palabra "camisa" nos
lleva a "camisa de fuerza", a loquero, a neurosiquiátrico, a campos
de concentración, de exterminio, y la palabra "hawaiana", una manera
de evadirse del horror. El lugar paradisíaco, donde se exiliaban los militantes
populares según la prensa hegemónica en tiempos de la última dictadura. Y que
en verdad eran los lugares que frecuentaban los buenos vecinos que apoyaban a
Videla. Pero en la superficie de Lch puede estar un poco esa idea banal, de
jugar con algo liviano.
Y ese es uno de los puntos interesantes del libro. Aprea quiere recuperar la
idea de juego, lo lúdico, no como algo vulgar, común, sino como un espacio que
nos permita despertar a la imaginación. No todos los que escribimos percibimos
la literatura del mismo modo. Pero sí sabemos que la literatura es espacio de
reflexión y placer.
Lch es un viaje hacia la aventura del conocimiento. Donde hay un transcurrir.
Un devenir. Los poemas parecen no tener una continuidad. Quizás la secuencia de
los mismos no corresponda al momento de su escritura. Algunos funcionan de
manera independiente, otros están como puentes.
El poema 1 es el poema
prólogo. Afuera está el invierno. Alguien que lo camina. Hay un nosotros
muerto. Ese alguien va solo, ciego. Y hay una luz, una música, un ojo.
En el poema 2 aparece el
espacio físico. La feria. Es una puerta de entrada. Es el lugar donde está la
hendija, la grieta, la fisura para pasar a otro espacio, a otro lugar, ¿a otro
hogar? Para la primera voz que nos conduce por el poema no queda otra que
entrar. El entrar es un salir. A diferencia de la caverna de Platón (donde
quien sale se enceguece por la luz, pero poco a poco se va reconociendo y va
conociendo) se entra a un lugar del que una vez se salió. Al entrar ya se es
otro. Escribir poesía es dar cuenta de una experiencia que incluye a otro.
La feria es un espacio donde hay arroyos, llanura, lomadas, pastizales,
montañas. Hay un grupo de mujeres y hombres que comparten un devenir que nada
dice hacia donde conduce, pero que tienen que atravesar juntos, compartir la
experiencia para ser modificados en lo personal, en lo colectivo. Nada sabemos
de este grupo. ¿Son boy scouts, guerrilleros, hippies...? Quizás una
combinación.
La primera voz conduce y va
reflejando la experiencia interior, y los sucesivos cambios que se van
produciendo. Esa primera voz hace alusión al otro que lleva dentro. También a
un nosotros indefinido que hace referencia a una idea compartida con otros.
Esos otros pugnan por salir. Y lo hacen a través del lenguaje. Para que el
lenguaje sea una experiencia de transformación.
Hay una segunda voz. La voz del maestro (en cursiva dentro del libro). El
maestro es el gordo de la camisa hawaiana, es el que va guiando. Es un hombre
elevado y terrestre. Habla en un tono ambiguo. El maestro trasmite lo que le
falta. Un saber que sabe que no tiene. El saber está en el nosotros. Y en
nosotros está indagarlo. El maestro es carismático y cumple un rol dentro del
grupo. El rol lo impone la necesidad del devenir, la de atravesar esa aventura.
De vivir esa aventura. El cruce del desierto. El cruce de las aguas de Ezeiza
en mi imaginario personal.
Otro aspecto interesante es el recurso visual del poema dentro del marco de la
hoja. Hay como un juego con los espacios, de explorar una forma más abierta
donde los poemas parecen quebrarse, tomar otros rincones, otros atajos.
El libro se puede leer de diferentes maneras. Elijo dos: una lectura personal,
donde damos nuestra propia respiración al texto. Y una lectura manteniendo los
silencios, los quiebres, el hueco espacial. Una lectura contenida, espiritual.
Una lectura, hasta podría decir, vacía. El vacío de palabras corta la
estructura de la línea, y da otra respiración, otra cadencia. Y acá aparece un
elemento nuevo en la escritura de Aprea. El tratamiento del lenguaje.
Contemplar y ver a través del lenguaje. Hay una mayor confianza en la
escritura. Casi no hay sitio para lo coloquial, lo costumbrista. Sí para el
cotidianismo, sabiendo que el acto de escribir es un acto de conocimiento.
Lch es un libro bisagra. Hay un antes y un después que ya se puede percibir en Teatros y otras plaquetas, editado en
2010, donde el poeta va teniendo mayor confianza, y se acerca a la síntesis, al
silencio, al necesario silencio que deja que las cosas nos hablen a través de
las palabras esenciales. La poesía es lo que queda cuando olvidamos todos los
poemas, decía Ezra Pound.
La experiencia de una generación es el tema de Lch. Como aventura del espíritu.
El libro reivindica la aventura y, a su vez, la desacraliza. No la aleja de lo
humano, de la vivencia de lo humano. Nos pide que la vida no nos pase de largo.
Lch canta la utopía. Nuestro país interior. Es una invitación a conocernos, a
reconocernos. Es un libro optimista.
La primera línea del poema 1
dice: "El invierno consume las derrotas".
La primera línea del poema
20, el último del libro, nos dice: "Otra vida empieza al despertar".
No hay derrota para
el que lucha en el nuevo amanecer. Por eso podemos cantar junto a Spinetta con
palabras de Carlos Castaneda: "Recuerda que un guerrero no detiene jamás
su marcha".
[1] Publicado en diario Diagonales, La Plata, 1 de diciembre de
2010. Acerca del libro de poemas de Carlos Aprea, La camisa hawaiana, Libros de
la talita dorada, 2010.
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