Estoy preocupado.
Desde hace quince minutos, digamos.
Anoche hubo reunión en casa,
y a uno de los comensales se le ocurrió pensar
que todos éramos cool.
Culeados, deslizó irónicamente
el menos cool de todos nosotros.
Esas cosas son de un viejo país
que quisieron alcanzar el cielo
construyendo torres, frágiles como naipes.
Mejor no hablar de ciertos temas.
Que lo haga el buena onda de Stephen King
en un aburrido artículo
que habita la espera despojada sala del dentista.
Una liebre, un ligero blues, acompañado
del resplandor de un vodka,
a las siete y cuarto de la mañana
en el bar de la esquina de Plaza Pazo.
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