Los fantasmas del día irrumpen en la casa del que siempre se está yendo. Revisan habitaciones, alacenas, escondrijos del que nunca vendrá. Se miran, preocupados y temerosos de la respiración pasajera que cae sobre la alfombra como piedra de la mano. Luego, quedan solos, en la sala adormecida, observando el balanceo de la mecedora de caoba, con refuerzo lumbar y manchas de sangre, que poco a poco se va secando.
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Foto: Jmp
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